Le dejamos las palabras de Gonzalo Eltesch, editor de Penguin Random House y autor del libro Colección particular de Laurel Editores sobre Yo que no conozco la vergüenza de Solidea Ruggiero.

Para hablar del libro de Solidea Ruggiero, Yo que no conozco la vergüenza, quisiera leerles unas palabras del escritor mexicano Sergio Pitol. Él comenta, en Soñar la realidad, su experiencia con la creación de su primera novela, El tañido de una flauta. Y dice: «Al escribirla establecí de modo tácito un compromiso con la escritura. Decidí, sin saber que lo había decidido, que el instinto debía imponerse sobre cualquier otra mediación. Era el instinto quien tenía que determinar la forma. Aún ahora, en este momento —continúa Pitol—, me debato con ese emisario de la Realidad que es la forma. Uno, de eso soy consciente, no busca la forma, sino que se abre a ella, la espera, la acepta, la combate. Pero siempre es la forma la que vence. Cuando no es así el texto está podrido».

Los textos que componen Yo que no conozco la vergüenza no están podridos, al contrario. Son textos que no descansan en una métrica o en una sintaxis adecuada o culta o simplemente fome. No. El arrojo de Ruggiero es total. Ruggiero no teme, como muy bien decía Pitol, privilegiar la forma al contenido, porque sabe, o por lo menos intuye, que la forma es la fuerza de su literatura. Y porque la forma, en este caso, también es el contenido.

Cada una de las historias que hay en este libro no se enmarcan entonces en algo claro, supuesto o célebre. Y el riesgo es alto, lo sabemos, y lo sabe Ruggiero. La historia de amor que podemos leer, por ejemplo, en «Los peces blancos», está llena de diversas perspectivas: cambios de tono, diversos narradores, realidades, poesía. No sabes si la protagonista está dormida, despierta, muerta o todas las anteriores, pero no hace falta, y esa es la gracia del relato y de todos los relatos que componen Yo que no conozco la vergüenza: que como lector puedes aceptar o no la invitación de Ruggiero, que es aceptarel atractivo de tu intuición y, así, dejarte seducir también por estos personajes deseables. Y me refiero con esto al deseo erótico, sexual, que está presente en todo momento este libro.

Los textos de Ruggiero, porque ni siquiera quiero llamarlos cuentos, porque o si no les quitaría libertad que tienen, son promiscuos. Te interpelan, te embelesan, para que te unas a esta orgía del lenguaje en todos sus infinitos sentidos. Un lenguaje particular, descubierto de prejuicios y que se comunica, como un amante, con ansiedad, y placer, mucho placer, para que ese lenguaje también sea el del lector y así hacerlo, a él, parte de la historia.

Y como dice Ruggiero: «Pregúntame por el lenguaje con el que hablan las cosas. Pregúntame si existe un modo de sobreponernos y convertirnos en infalibles. Pregúntame si tienes razón cuando me sientes partida en dos».