El destacado escritor Jorge Baradit, autor de bestseller como Historia secreta de Chile, Synco, Ygdrasil y otros, en el marco de la conversaciones Chile habla sobre Italia, organizadas por el Instituto Italiano de Cultura, la Biblioteca Nacional de Santiago de Chile y Edicola, conversó con Paolo Primavera acerca de su vínculo con Italia. Nos regaló su texto y queremos compartirlo con ustedes.

Uno
Mi abuela se llamaba Italia Squadrito.

Due
Recuerdo la única vez en que me habló de su padre, don Salvatore Squadrito, nato a Messina en la Sicilia, lo hizo con tanta naturalidad que pensé que Palermo quedaba cerca de San Felipe.

Tre
Hasta los seis años, nunca entendí por qué en Europa había un país con el nombre de mi abuela.

Quattro
La Tala tenía su máquina para cortar spaghetti, sus moldes para armar ravioli, elaboraba la masa para la pizza y la recuerdo envuelta en paños blancos en su cocina pequeña de Valparaíso, con vista a la bahía, los buques de guerra y los volantines; preparando el almuerzo, siempre en la cocina. Saliendo como un protagonista al escenario con la fuente de loza entre las manos, la aclamación de todos y una sonrisa que no cabía en esa casita del Cerro Bellavista.

Cinque
La Tala me regaló algo. Cada vez que huelo cierto tipo de salsa de tomates casera se desata en mi el efecto Ratatouille y retrocedo violentamente al Valparaíso de los años ’70, a un lugar donde todos me querían, la mesa era generosa y mi abuela era una especie de sillón donde me sentía diminuto y eterno.
Me he detenido frente a algunos restaurantes, incluso casas, donde esa droga del tiempo me llena de calorcito el corazón.

Sei
Debo ser el tipo más imbécil. Cuando chico, no me gustaban las pastas.
NUNCA comí las preparaciones de mi abuela porque era su regalón y siempre me tenía un plato de pollo con arroz mientras el resto devoraba cannelloni, ravioli, fettuccine o la pizza casera. Si, mátenme, por favor.

Sette
¿Conocen por supuesto el cliché de la mesa familiar italiana llena de tíos, primos, tíos abuelos pasándose el vino, hablando al unísono, la abuela entrando con la fuente de pasta, la gente celebrando y una sobremesa eterna con las mismas peleas, las mismas discusiones y los mismos chistes? Ese cliché es cierto, yo lo viví, todos los domingos hasta los 12 años, cuando a raíz de la crisis económica de Pinochet mi papá tuvo que emigrar del país en busca de trabajo.

Otto
Esos almuerzos nunca volvieron. Mi papá tampoco.

Nove
Es curioso, mi papá, Giorgio Baradit Squadrito, emigró… a Italia. Llegó a Rezzato, en la Lombardia, a trabajar paleando la bosta de las vacas en una hacienda lechera del norte de Italia. Vivía en unos barracones junto a otros inmigrantes ilegales en condiciones miserables. Es extraño, ilegal en la tierra de sus ancestros. Entró a la mala en la casa de sus propios padres cuando solo tenía que golpear la puerta. Cuando chico, mi mente pensaba que la sangre de la familia había hecho el camino de regreso por alguna razón, que había un diseño extraño en este ir y volver mágico pero que yo no alcanzaba a distinguir. Imaginaba a mi papá cortándose una vena y devolviendo la sangre en un agujero cavado en la tierra negra de la Lombardía. Si, tenía ideas raras cuando era niño. Ahora también.

Dieci
Desde el fin del mundo Italia se ve como algo vago. Una cosa eran las películas de romanos con señores con faldas y otra cosa el lugar desde donde hablaba con mi papá a través de un teléfono lleno de estática en una época donde las cosas tomaban tiempo y en una carta que demoraba un mes en llegar te indicaban el día y la hora en que estaría frente a un teléfono. Esa fecha era un evento familiar absoluto: se pedía operadora, la conexión se demoraba, esperabas ansioso hasta que se producía el milagro. A través de una niebla áspera se abría paso la voz de tu papá, en otro mundo, inalcanzable. Te embargaba la alegría y algo apretaba el estómago porque te faltaban sus manos grandes cuidando tu cuerpo demasiado frágil, tus lentes enormes y tu timidez crónica. Pero no sabías qué decirle, un papá es alguien que está ahí sosteniendo el techo y de pronto estaba obligado a comunicarme con él de la única manera en que no había aprendido a comunicarme con él. Italia era un espacio de silencio y estática.
Mi papá vivía en Marte. Las comunicaciones se sentían así al menos ¿Habrá conocido a Sophia Loren o a Tiberio? Pensaba yo.

Undici
Mi papá era un chofer en la Universidad Católica de Valparaíso. En el galpón donde guardaban los autos también se almacenaban los fardos de libros de la Editorial Universitaria. Giorgio Baradit es una persona de gustos sencillos y no discriminaba los libros que sacaba de esos bultos y le llevaba al hijo lector. Junto con regalarme “Los Pecosos”, de Marcela Paz, me llevó “Extractos del Decamerón”, de Boccaccio, pornografía medieval; también libros del siglo de oro español, libros ininteligibles de un tal Huidobro, un par de volúmenes sobre física y astronomía, un par de tesis doctorales sobre el Dante y tres maravillosos libros sobre mitología grecorromana (como la denominaba el autor). Esto fue un gesto clave.

Dodici
Tras los libros de mitología llegó una maravillosa colección de fascículos Salvat sobre el tema. Maravillosa porque además de las alucinantes aventuras de Hércules, Júpiter, Neptuno o Minerva. Se preocupaban de ubicarte en la geografía romana, con fotografías del volcán Etna, donde Vulcano tenía su herrería; de las construcciones clásicas de la arqueología romana; relaciones con la historia del Imperio que se extendían a sus personajes principales y sus dramas atroces. Algunos leyeron a Tolkien en su infancia, yo leí sobre el Imperio romano y su tragedia que movilizó pueblos, aplastó culturas, incendió el continente e iluminó la mente de Europa durante siglos. No tuve magos, tuve augures. No tuve reyes, tuve emperadores. No tuve un Gandalf, tuve a Cicerón. No sufrí la batalla de Pelennor, viví toda la adrenalina de la batalla de Zama donde Escipión, el africano, derrotó al gran Aníbal en el norte de África.

Tredici
Esos malditos libros de mitología no solo me contaminaron la mente para siempre sino también los ojos. Muchas historias eran básicamente la farándula del Olimpo, con un Júpiter calenturiento arrasando con cada ninfa que se le cruzaba. Pero junto a estas historias donde alguien siempre terminaba convertido en constelación, se desplegaban obras de Botticelli, Vasari, Tintoretto, por supuesto Leonardo, por supuesto Michelangelo Buonarroti, Raphael. Imágenes que me dañaban la mente, cuerpos voladores, féminas convirtiéndose en árboles, dioses exhibiendo su fuerza, su furia y, lo más raro, todos en pelotas. Y buen, la primera vez que viajé a Italia entendí algo más sobre el exhibicionismo innato, pero esa es otra historia.
El punto es que en mi mente infantil se comenzó a dibujar la idea de Italia, la Italia de mi abuela (a la que nunca le dijimos nonna), como un paraíso de la belleza. Un punto en el planeta donde a todo un pueblo se le había ocurrido que no había nada más importante que la belleza y que generaba nombres y nombres de artesanos, artistas y dementes dedicados de por vida a conseguir expresar belleza humana en cada cosa que hacían. Así de simple, así de contundente: un país dedicado a la belleza de las cosas.
Lo imaginé luminoso, feliz, amistoso, paradisíaco. Se convirtió en un sinónimo del Olimpo, la calma y la utopía… hasta que vi El Padrino a los 11 años y bueh…algo pequeño cambió en mi apreciación.

Quattordici
Leí Cuore (Corazón), de Edmundo de Amici. Me emocioné con el pequeño vigía lombardo y me dio terror De los Apeninos a Los Andes. Vi la serie de televisión japonesa sobre un niño italiano hablada en español mexicano que viajaba a Argentina a buscar a su mamá. “No te vayas mamá…!” Y yo lloraba porque le tenía horror a separarme de mi mamá. Pensaba en que con suerte me venía de la escuela solo, menos viajar a otro país a buscar a nadie. “Los italianos se las traen”, pensaba yo.

Quindici
Fragmentos de Italia. La placa en Viña que indica el lugar de desembarco de Garibaldi en la zona. Renzo Pechenino, Lukas, y su fascismo cute en El Mercurio. El cine erótico italiano en esos cines al fondo de galerías oscuras en calle Condell donde estaba absolutamente prohibido entrar, coartado por el pepe grillo chip de control (no sabía que Pinocho era italiano) que me había instalado el Vaticano (en el centro de Italia) a través de mi instrucción religiosa temprana. Laura Antonelli, Ornella Mutti, Edwige Fenech. El almacén de don Peppe en calle Héctor Calvo, decoración que hoy haría las delicias de cualquier local boutique de Barrio Italia (Italia otra vez). “Roma, Ciudad Abierta”. vista a escondidas, con ánimo subversivo, cuando comenzábamos a ponernos el pasamontañas sin tener todavía pelos en la guata, como decía un amigo miracho. Valparaíso, ciudad puerto, Mos Eisley, fantasmas de inmigrantes napolitanos y genoveses, nombres de calles, barrios. La Bomba Italia, Scuola Italiana, Bodega Italia, Calle Italia. Dónde cresta queda Italia!
Recuerdo vívidamente a mi madre corriendo conmigo en brazos por el Parque Italia, frente al cine Metro en Valparaíso, huyendo de bombas lacrimógenas durante alguna manifestación previa al golpe de 1973.

Sedici
Uno nace por segunda vez alrededor de los 13 años. Hay un tipo de embarazo extrauterino del que uno sale ya no de la panza sino de la casa de los padres y mira al mundo como si fuera la primera vez. Era 1983, yo despertaba al mundo y el panorama no era bonito. Una de las primeras historias que me contaron sobre 1973 fue la de Lumi Videla. Estudiante de tercer año en la Universidad de Chile, madre de un bebé de tres años, fue detenida por la DINA, torturada y vejada salvajemente en el cuartel de José Domingo Cañas. Alguien se acuesta sobre su espalda, le aprieta la nariz y la boca y la asfixia lentamente. Luego arrojan el cuerpo a los jardines de la Embajada de Italia, pero los medios informan que habría muerto en medio de una orgía de miristas al interior del recinto. Renzo Pechenino publica una caricatura donde muestra el cadáver de Lumi Videla siendo arrojado a la embajada por un cañón de circo, burlándose de la versión que finalmente resultó judicialmente comprobada. Ese 4 de noviembre, la Embajada de Italia alojaba en su interior a 250 asilados, inicio de una larga relación de solidaridad entre el pueblo italiano y las víctimas de la dictadura de Pinochet.

Diciassette
A mi papá, en 1984, le gritaron: «cileni asesini» en la cara durante un partido del Atalanta, en Bergamo. Supongo que allá no saben que en Chile se pasa rápidamente del grito al combo porque la cara de sorpresa del bergamasco sentado en el suelo todavía le da risa a mi viejo. Tener pasaporte rojo chileno en esos años era toda una aventura. Mi papá no tenía ninguno en realidad.

Diciotto
Perdido buscando Italia, de caricatura en caricatura. De fragmento en fragmento. De reflejo en reflejo, De eco a Umberto ecco. De Lampedusa a Pavese, Pasolini escritor y Calvino humorista. Salvatore Quasimodo mirando por una ventana. Hay una película de ciencia ficción maravillosa de 1965 que se llama TERRORE NELLO SPAZIO, de Mario Bava, que se trata de una nave que recibe una señal de auxilio desde una planeta no habitado, bajan a mirar, encuentran una nave extraterrestre antiquísima y son contaminados por una especie alienígena que los va matando uno a uno. Seguro Ridley Scott la vio. Ah, Darío Argento.

Diciannove
La resistencia chilena desconfió de mi. No era bien visto aparecerse por el CDH vestido en cuero, con parches de The Clash, Dead Kennedys y la cabeza rapada. “Alienado pro yanki”, cantaba Redolés. «Una Coca Cola es una bala contra Nicaragua, compañero», me dijeron en otra ocasión. Daba lo mismo, nunca pasé de ser un miserable tirapiedras en la escena antipinochet de la época. La primera vez que visité a mi papá me recriminó haber dañado mi carrera universitaria por meterme en política. Fulvio, el hermano de la nueva señora de mi papá, se puso de pie melodramáticamente, abrió los brazos y dijo: «Giorgio, come si può diré che luí ha fatto un errore!!!… Lui, questo ragazzo… ha fatto la storia!!”. Si, pensé, los italianos son exagerados.
Esa resistencia carecía de belleza más allá de un puñado de clichés fotocopiados de entre los restos de la obra de los hermanos Larrea, así retrocedí hasta los Fluxys, hasta los Dadá, hasta chocar con Marinetti y su poesía sobre el roce, los automóviles, el fascismo y la era de la máquina. Había algo en su épica suicida que me hizo sentir parte del futurismo… hasta que se burlaron de mi y mi casita donde vivía de allegado en el cerro Esperanza, Valparaíso. «Futurista», me dijeron. “Anda a lavarte el traste, futurista”, se burlaron.

Venti
Un aparte. Hay que decirlo, hermanos italianos. En 1998, allá en Francia NO FUE mano penal en contra de Chile. Fue un robo y debimos haberle ganado a los tanos. Si hasta Pedro Carcuro se salió de sus casillas y peleó con el Pato Yáñez por eso.
Nunca entendí el amor de los tifosi por Gattuso. «Lui gioca con il cuore»… cuando la verdad es que el fútbol se juega con las piernas, y vaya que le faltaba técnica al tronco ese.

Ventuno
Mi hermano italiano gioca a calcio.
Diego Baradit nació en 1988 en Albano Sant’Alessandro, vicino a Bergamo. Hijo de Giorgio e Nadia. Ragazzo bellissimo como las montañas que rodean el lago Como. Igual de alto y tranquilo. «Non parlare in bergamasco!» lo regañaban cuando niño. Ahora es padre y extiende el apellido y la mancha de nuestra sangre por esos lares.

Ventidue
Cuando entré a trabajar a los 24 años, ahorré cada peso que pude y al cabo de un año hice la primera inversión de mi vida: me compré un pasaje a Italia. Quería conocer finalmente ese eco que resonaba en la familia, en mis lecturas y en mi cabeza desde que el nombre de mi abuela comenzó a llenarse de otros significados. Lan hasta Buenos Aíres, Alitalia directo a Roma. Cuando en la aerolínea te daban a elegir entre Cremaschi Furlotti, Chianti o algún frizzante para acompañar las guarniciones.
Mi principal preocupación era enfrentarme a mi hermano de 7 años. Cómo me enfrentaba, cómo iba a conseguir acercarme a él, con qué artilugio podría capturar su atención y de a poco ganarme su confianza, después su cariño. Todo esto pensaba en le camino desde Malpensa, en Milano, hasta Albano. Cuando entré a su casa, vi un torbellino diminuto salir corriendo hacia mi, saltar en el aire y colgarse de mi ropa como un koala flacuchento. «Fratellone!!», gritó con su cara metida en mi abrigo y listo, asunto solucionado 🙂 Los adultos podemos ser muy torpes.
Esa noche, desde la ladera del monte donde estaba el departamento de mi papá, vi nevar por primera vez. Eran las 11 y la noche era una catedral de paredes blanquecinas sobre Albano. No sabía que el sonido de la nieve es el silencio.

Ventitré
Nadie debería vivir la experiencia de pasar de la austeridad arquitectónica calvinista que vivimos en Chile a pararse frente a il duomo de Milano. De ahí en adelante fue un permanente shock. La densidad de belleza acumulada era intoxican. La calidad y mezcla exquisita de los materiales. La artesanía, el decorado, los arbotantes, las agujas y las ventanas ojivales. Las puertas, dios mío, las puertas!! El color, las texturas, la riqueza irritante por cada centímetro cuadrado de obra. El mareo, la ebriedad absoluta. Todo lo que había leído, las historias que había acumulado, las fechas y procesos históricos se agolparon, se movieron, calzaron y se levantaron con todo el sentido del mundo. Entre el delirio creí ver que los relicarios eran ampolletas y resistencias eléctricas de tecnología espiritual. Que la propia catedral era una nave espacial de piedra que en cualquier momento comenzaba a mover sus émbolos, torres y engranajes internos para alzar el vuelo hacia otra galaxia. Desde esa primera vez, siempre que viajo a Italia parto por bajarme en fermata Duomo, salir a la Plaza y vivir de nuevo ese primer chute de heroína que es hacerme devorar por las puertas del Duomo y nadar entre la luz y la psicodelia medieval flamígera de sus esquinas, plantas y grotescos.

Ventiquattro
Detesto el diseño de Mendini y Sottsas. Debo decir.

Venticinque
Nunca he podido recuperarme de haber visitado la Lombardía, el Veneto, la Liguria, a los 25 años. Después de toda una vida de convivir, estudiar, apreciar y aprenderme los reflejos y las imágenes de lo que de pronto tuve enfrente de mis ojos, alrededor de mi cuerpo, debajo de mis pies, sobre mi cabeza.
A veces pienso qué habría pasado si la familia nunca hubiera inmigrado a Chile, pero otras veces, cuando el narcisismo arrecia, pienso que sin ese alejarse jamás habría vivido el fabuloso reencuentro que padecí al verla por primera vez, con todas las armas para entenderlo, apreciarlo, paladearlo. Caí derrotado, feliz entre sus sábanas. Me sentí frente a una Beatriz intangible, miraba entre la gente que pasaba rauda por la galería Vittorio Emanuele pensando en que en su conjunto eran responsables de todo esto. Y pensaba en mi abuela, sencilla, sin mucha idea de quién había sido Ludovico Sforza o Pier Paolo Pasolini o cuál era la diferencia entre un ristretto y un macchiato. Congelada en un tiempo tan diferente con su sonrisa que no se por qué me recordaba una caja de galletas de lata, siempre llena, de la que salía una para su nieto regalón.

Ventisei
Todos los hijos de Italia Squadrito viajaron a Italia, algunos se quedaron un tiempo, otros para siempre; casi todos sus nietos hemos estado allá, algunos como yo reincidiendo en la intoxicación y la belleza y el eco y la nosequé que me hace volver; muchos se nacionalizaron y pretenden algún día avanzar sus estudios y sumarse a la sociedad italiana. La sangre regresa, la marea retorna. Menos mi abuela, ella nunca volvió, ella dejó su sangre en un agujero acá, y la enterramos el 2007, justo después de conocer a su primer nieto de línea paterna, mi hijo. Al que le pusimos Salvador, igual que su padre.