¿Cómo se ha narrado en Chile la espera de la mujer y el rol del hombre en la conciencia o encuentro con esa espera? Conociendo la importancia de la figura del niño huacho en Chile, ¿cuáles son los espacios no narrados o no expresados por la literatura chilena que tienen que ver con esa realidad? A partir de la lectura de El hombre semen, Christian Anwandter se interroga sobre el rol de la mujer y del hombre en la literatura chilena.

El hombre semen pone al lector ante un hecho inaudito.
Un pueblo entero ve suspendido el curso de la vida por la brusca desaparición de todos los hombres.¿Cuántas de las múltiples actividades del pueblo estaban marcados por la diferencia entre hombres y mujeres? ¿Cuántas historias no tenían como inicio y fin la distancia y unión entre ellos? El motivo amoroso coincide de pronto con la necesidad de reproducir la vida. El hombre semen es, a todas luces, un relato anterior al de la inseminación artificial y de otras tecnologías reproductivas, que incluyen hoy incluso la posibilidad de clonar seres vivos. Este relato está marcado por la tradición, pero la dinámica habitual entre hombres y mujeres se ve súbitamente transformada.

Intenté recordar casos en que la desaparición de los hombres y la espera de las mujeres sirvieran como puntos de comparación. Pensé en el caso de Ulises que, al partir a la guerra, deja en casa a Penélope. Pero, a diferencia de El hombre semen, en que todos los hombres son arrancados a la fuerza por la represión del régimen de Napoleón III, en el caso de la Odisea Ulises parte a la guerra, pero en Ítaca quedan pretendientes que intentan infructuosamente llegar a Penélope. La espera de la mujer, en este caso, implica resistir a otros hombres, y esperar a solo un hombre, cuya identidad es perfectamente conocida. Al final, la estructura familiar, tras la llegada del largo viaje de Ulises, se recompone. Es contra la estructura familiar, por ejemplo, que Platón propondrá organizar la República separando a hombres y mujeres, estructurándola en comunidades iguales que, sometidas a los filósofos, podrían relacionarse libremente una vez cumplido el deber de dar hijos a la ciudad.

En El hombre semen, las mujeres, unidas por la ausencia de hombres, se organizan para encontrar una forma de suplir esa ausencia: ausencia al mismo tiempo amorosa, corporal y reproductiva, que la aparición de un hombre – cualquiera – resolvería al mismo tiempo para todas. Y aquí, en la belleza de la creación de un acuerdo inédito ante el carácter excepcional de lo que vivían, surge la idea de compartir a ese hombre entre todas, para asegurar el triunfo de la vida en un lugar segado por la brutalidad represora. Este compartir al hombre entre todas pone al desnudo lo convencional de estas relaciones. Si bien hoy en día estas convenciones se han disuelto, a nivel de representaciones siguen siendo de una gran rigidez y se constituyen a través de una serie de estereotipos. Por eso, el libro exuda un espíritu de libertad, capaz de tomar decisiones que contravienen las convenciones, por la preservación de un bien superior. Por lo demás, esta libertad, que logra rearticular el funcionamiento social, es obra de un cuerpo social a menudo marginado del ámbito político y relegado al espacio de lo doméstico.

La escritura de Violette Ailhaud transmite esa libertad y fraternidad entre mujeres, logra encarnar a la vez esa urgencia de una situación límite y el respeto que permite enfrentarla con unidad. Si hay un espíritu republicano en el libro, creo que está presente en esta serie de gestos narrados brevemente, pero cuya contundencia va más allá de muchas anécdotas que pueblan narraciones menos extraordinarias sin duda.

La narradora del libro es quien ve antes que el resto al primer hombre que se acerca tras la represión del régimen. Ese hombre, según el acuerdo adoptado por las mujeres del pueblo, le está reservado a la primera mujer en verlo, pero luego debía compartirlo con el resto. El libro no se detiene en pequeñeces. Cuando el hombre llega, no sabemos quién es y qué lo hace llegar al pueblo. La responsabilidad con que asume su rol también conmueve, y nos permite aprehender lo que está en juego en ese momento. Otra característica del hombre es que lee (lo que la narradora considera como algo poco común). Antes de que Juan Juan – así se llama al hombre – hiciera su trabajo, el libro describe un lento preámbulo en que la lectura junto a la narradora es el medio a través del cual irrumpe inesperadamente el amor. Y es que el libro, probablemente, además de un himno a la responsabilidad política de las mujeres del pueblo, y a su determinación republicana, también es un himno al amor y a su fuerza inusitada.

Personalmente, el tono del libro, y el lugar al que alude, regiones montañosas del sur de Francia, me recordaron mucho a Jean Giono y a René Char.
Violette Ailhaud transmite, tal como Char, una energía luminosa en la expresión, hecha muchas veces de silencio y sombra. La fuerza expresiva de El hombre semen tiene que ver tal vez con narrar un hecho extraordinario con una discreción que, sin embargo, destella.

Esta belleza colectiva de las mujeres tomando en sus manos su vida reproductiva me hace pensar en temas tal vez lejanos, pero que me gustaría repensar a la luz de esta novela. ¿Cómo se ha narrado en Chile la espera de la mujer y el rol del hombre en la conciencia o encuentro con esa espera? Conociendo la importancia de la figura del niño huacho en Chile, ¿cuáles son los espacios no narrados o no expresados por la literatura chilena que tienen que ver con esa realidad? Y por último, me pregunto por la persistencia en la literatura chilena de cierta masculinidad que se expone desde la autoridad y situando a la mujer en un rol limitado a lo afectivo y sexual antes que a lo político o intelectual. ¿Son conscientes esas voces de los síntomas que portan? ¿Por qué prefieren darle esa forma al lenguaje?

No pretendo aquí responder a estas preguntas. Sí me gustaría terminar con un poema de Char que me parece adecuado para la ocasión: es un poema llamado “Allégeance” o “Fidelidad”, y puede servir para evocar algo de esta expresión a la vez luminosa y misteriosa que caracteriza a El hombre semen:

Por las calles de la ciudad va mi amor. Poco importa donde vaya en el tiempo dividido. Ya no es mi amor, cualquiera puede hablarle. Ya no se acuerda; ¿quién fue el que le amó?

Busca a su igual en el deseo de las miradas. El espacio que recorre es mi fidelidad. Dibuja la esperanza suavemente. Es preponderante sin tomar parte en ello.

Vivo en el fondo de mi amor como un pecio feliz. Sin que lo sepa, mi soledad es su tesoro. En el gran meridiano en que se inscribe su vuelo mi libertad ahonda en él.

Por las calles de la ciudad va mi amor. Poco importa dónde vaya en el tiempo dividido. Ya no es mi amor, cualquiera puede hablarle. Ya no se acuerda; ¿quién fue el que le amó y le ilumina de lejos para que no caiga?[1]

Christian Anwandter

[1] Char, René. Furor y misterio. Traducción de Santiago González y Catalina Gallego. Visor, Madrid, 1979, p. 139.

 

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