Tejer y ver cómo se urde con paciencia la trama de los días. Este pasar de cosas, segundo libro de Angélica Panes, publicado por la editorial italo-chilena Edicola, se propone realizar esa tarea: tomar cada hebra que ofrece la rutina y montar un telar de “cosas”, sustantivo popular que engloba el cúmulo de acontecimientos diarios y objetos que la hablante reconoce como propios del entorno que habita.

Similar en estilo, este libro se puede leer como una continuación de Barro (Ediciones Balmaceda Arte Joven, 2014). En él nos encontramos con la misma hablante que mantiene el temple evocador, pero que se despega de la memoria infantil y espeta el territorio propio con dureza. Es el tono poco oficial de la población el que repercute en los poemas, la atmósfera que invade la presencia del cuerpo en la intemperie: “La helada/ desde la misma planta de los pies, tobillos/ pantorrillas, muslos, pelvis, torso, brazos, dolor/ en las coyunturas estarse amasando/ como un animal tendido en la puerta de la casa” (pág. 7). Al contrario de Barro, en este libro el clima pesa, clausurando toda posibilidad de juego y reencuentro. La inquietud de la niña es reemplazada por la necesidad de guarecerse del frío, capear la helada con una sopa, empanadas al paso o algún trago en un bar.

El movimiento en infinitivo que enuncia el título (este “pasar” de cosas), se enmarca en el tránsito que protagoniza la hablante, recorrido que pugna entre la inercia del arraigo y la necesidad del viaje, pero la precariedad solo alcanza para no endeudarse y salir del paso: “´SOLÍAMOS EMPEÑAR PARA VIVIR AL DÍA/ comer en restaurantes baratos, dormir/ la siesta en moteles viejos, ajados, el olor/ gamuza que se nos impregnaba, casi” (pág. 19). Así también la rutina asfixiante, lo recurrente que desaparece del camino convirtiéndose en obstáculos y golpes: “La sensación/ de que todo se está amoratando. Magullón/ en las piernas, los brazos. Golpes en el canto de los muebles/ mordidas a la madrugada, alguien pidiendo” (pág. 15).

La violencia no queda fuera del cuadro que Panes rastrilla en su libro. El alejamiento de los recuerdos infantiles marca el tono, aunque no impide recalar en la niñez de los vecinos muertos en su ley: “Las vecinas lo lloran porque mal/ que mal lo vieron crecer y acá todos los cabros se conocían/ fueron amigos, jugaron a la pelota, se bancaron las esquinas/ cayeron presos, salvaron de otras, no tuvieron futuro” (pág. 23). Un eco que persiste y resuena tanto fuera como dentro de la escritura, del libro, del poema: “El verso/ repercute como un disparo en las afueras de la casa/ barrio con sombras que se mueven a la noche/ ráfagas a lo lejos que parecen ser la música de fondo” (pág. 27).

El ansia carcome ante la imposibilidad de ningún porvenir. Las acciones maquinales y planificadas se suceden en ese bosquejo que intenta ser el calendario. De entre todas las cosas, la escritura aparece y se retoma como viejo álbum incompleto: “Escritura, entre horas y labores, se parece a un cajón forzado de/ tanto contener en desorden, sin criterio de selección y donde una/ apresurada hurga en los viejos poemas, las imágenes y no resuelve” (pág. 45). A ello se suma la importancia de aprovechar el tiempo, las horas y minutos que quedan entre el trabajo y los deberes, estabilizarse o echarse a correr: “SER VIENTO ME ESCRIBIÓ/ ser viento o pájaro entre estos árboles/ que suenan como olas, una golondrina/ cruzando de punta a cabo pero tengo miedo” (pág. 55).

Este pasar de cosas de Angélica Panes continúa un interesante recorrido ya iniciado en Barro (H)otel (Cuadernos de Poesía, Biblioteca de Santiago, 2012) y continuado en Barro (Ediciones BAJ, 2014), un diaporama que ha retratado de manera fidedigna y amplia el barrio, aunque devengan “por la ciudad lluvias que apacientan/ en todas estas imágenes quedando manchitas// manchitas por todo el lugar. Manchitas que forman una visión distinta, un cariz ufano/ yerto como máscara oriental” (pág. 9). Para llevarnos después de tanto resquebrajo a intentar encontrar, a la manera de la contemplación, la comunión con el presente: “aprender a respetar/ el tiempo, la justa medida/ de todo aquello que es” (Pág. 61).

 

Crítica literaria realizada por Nicolás Meneses al libro Este pasar de cosas de Angélica Panes y publicada en Colera.