¿Por qué el boxeo y otras expresiones deportivas de esas características atraen tanto a los artistas? Desde Píndaro, hasta el actual Premio Nobel de Literatura (Bob Dylan, con su famosa canción «Hurricane Carter«), muchos poetas, músicos, pintores, cineastas, etc., han utilizado el boxeo como eje de sus creaciones… ¿Por qué?
Me instalo en este rincón del escenario para graficar el momento en que el boxeador recibe las últimas instrucciones de sus ayudantes antes de que suene la campana… Mientras su entrenador le repite cómo debe ir la guardia, los puntos bajos de su rival, sublima sus fortalezas y lo motiva anímicamente, el boxeador escucha poco o nada: sabe que en pocos segundos estará solo en el centro del ring… solo, sin segundos ni nadie. Cuando suena la campana, los ayudantes bajan, le quitan la silla y el árbitro, siempre de pie en el centro del cuadrilátero, lo llama a combatir. Se hace un silencio empalagoso y el boxeador camina los cinco pasos hasta que choca los guantes con su rival y comienza el combate. Pues bien, esos cinco pasos, cuando el boxeador se da cuenta de su absoluta soledad, que nadie, absolutamente nadie podrá ayudarlo, es una caminata que muchos comparan con la caminata de los condenados a muerte previo a cumplir la sentencia.
Ese enfoque, el del boxeador solo con sus circunstancias (parafraseando a Ortega y Gasset) es uno de los focos de atracción más grande que ofrece este deporte como materia primera para metáforas y otras imágenes poéticas.
Maurice Maeterlink, por ejemplo, premio Nobel de literatura a comienzos del siglo XX, escribió el hermoso «Elogio al boxeo», inserto en el libro la Inteligencia de las Flores, donde le entrega al boxeador la calidad de un hombre de paz, sin prepotencia, conocedor de sus fortalezas y debilidades, que no busca el abuso frente a su contrincante, aun cuando las circunstancias le favorezcan. Maeterlinck envuelve al boxeo y sus cultores bajo una mirada romántica, en el estilo de Alexander Pope, aunque con el correr de los años este deporte desvirtuó su esencia y terminó vulnerable a la corrupción, al dinero negro, las apuestas y tanto inescrupuloso que fagocita de sus espectáculos.
La novela de Salinero se mueve dentro de estas coordenadas, que son otra forma de la dimensión humana: el Viejo Vieira, movido por sus intereses personales y mezquinos, y que sin embargo siente un afecto tremendo por su pupilo, quien, a su vez, desde su estado catatónico, producto de una golpiza, responde a su instinto de guerrero y también al cariño de su mentor; el Rucio, pillo de marca mayor, manager oportunista y dispuesto hasta vender el alma al diablo por un par de lucas; Sotito, el eterno ayudante de Vieira, un hombre capaz de una entrega enorme a cambio de un buen vaso de vino y una visita al puterío de la esquina.
El boxeo seduce y, como buen seductor, también engaña con trucos y juegos de espejos: los estereotipos arrastran al creador a fórmulas ya exitosas. Sin embargo, Salinero, atento a estas trampas, resuelve todo con una narrativa intensa, con algunas introspecciones que sobrepasan al estereotipo y nos llevan a dimensiones muy humanas.
Cogí «Vermouth» a las 22:30 de la noche… Lo concluí, sin parar, en plena madrugada. Creo que a ustedes les ocurrirá lo mismo.
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