La reciente novela publicada por Edicola Ediciones, La madre de Eva, finalista del premio Strega en Italia, es una bomba de racimo. Así se dejan sentir las preguntas implícitas en esta conversación que nos propone su autora, Silvia Ferreri. Una novela de género, sí –se trata del relato de una madre cuya hija cambia de sexo–, pero al mismo tiempo, un relato universal por su entrañable humanidad.

La madre habla sentada en el posoperatorio mientras espera. Ella recuerda. Tú estás dormida, pediste que te acompañara, que no te dejara sola mientras estabas ahí y ella obedece. La madre.

“Si despierto, necesito que estés aquí”, le dijiste.

EvaBertrand

Ilustración de Marcelo Parra

No es fácil nacer, requiere tiempo, lo mismo que morir. Somos esa máquina que se enciende y se apaga, energía poderosa de la que sabemos poco. Algo nos dice la ciencia (funciones, fluidos, sistemas que colapsan), pero no explica qué es morir, menos lo que es nacer en el cuerpo de otro. De eso conocemos casi nada y tú apenas te escuchas en ese largo reclamo. Tu madre se queja. Falló, siente que falló, busca la grieta, atrás y adelante, recuerda, algo se le escapa, a cada instante se cuela la rabia, está segura de que, si se esfuerza un poco, encontrará el motivo. Porque ella te amó, Eva, dice que te amó como aman las madres a sus hijos. Difícil estar a la altura de esa medida. Tantas palabras, promesas, un guion escrito antes de antes. ¿Hasta dónde remontar para saber qué papel interpretas en esa cadena de tropiezos y abrazos? No hablas, no dices nada, o sí, pero poco. Tus silencios son portazos, audífonos en las orejas y la música a todo volumen. Ausente del mundo, Eva hombre, Eva mujer, principio. En el origen, serpiente y fruta. Ser o no ser, como Hamlet y su monólogo.

Sabemos que preferías jugar con barro antes que muñecas. Que no te identificabas con tus compañeras, que gritaban demasiado, que te aburrías mucho. Que te gustaba revolcarte en la tierra. Que pretendiste. Que te vestiste de pantalones y camisetas. Se lo dijiste a tu profesora: Ni princesa ni hada ni reina. Hombre.

Tenías cinco años y un montón de muñecas sin ropa, sin sexo. “Quiero ser hombre, no un freak”, pediste, Eva Alejandro. ¿Qué es ser hombre, freak? ¿Qué mujer?, ¿qué?

No es fácil nacer, requiere tiempo, lo mismo que morir.

Mientras tu madre pelea contra su herencia, tú das otra batalla. Y rompiste las fotografías de infancia: en la tina, Navidad, en la playa, en brazos de tu padre. Borrar el pasado para narrarlo otra vez, que el adentro suene más fuerte que el afuera, tus palabras. Escuchamos esos silencios. Tu maña. Ay, pero atendemos a tu madre, Eva, esas promesas. Ella quería ser tan distinta y terminó tan igual, hurgueteando tu mochila, mirándote de reojo, sospechando. Y su miedo más grande que toda tu humanidad. Dice que te imaginó pequeña, grande, fea, bella, alegre, triste, mujer.

Hombre. Recuerda que tu padre soñó que eras hombre, Eva comienzo, principio y final, muerte y nacimiento.

Ella sigue buscando, su reclamo llena páginas y tú, apenas audible. Sentimos tu fuerza, eso sí. Tu madre pensó que mejorarías, aunque se arrepienta de pensar de ese modo, pensó que se te pasaría, que, con la edad, te acostumbrarías a ser Eva única, hombre y mujer. Pediste un sexo nuevo, cuerpo de hombre. Dijiste: “Lo haré. Contigo sentada en una silla esperándome o no, lo haré de todas formas”.

Tu madre dice que antes de que nacieras miraba niños en la plaza, escuchaba las conversaciones de sus alumnos, escuchaba. Que nada la preparó para lo que vendría, Eva primera y última. Ese huracán que transforma cada rincón de la casa. Eso dice tu madre. Todo lo revolviste y no resolviste nada. Eras la profecía de esa vida que corría por otro costado: otra infancia, otro padre, otros amigos, primer amor, otro sexo. Tanto peso encima y ni siquiera habías nacido, Eva.

Una familia que engendra mujeres. Solo mujeres y nada más que mujeres. Y la madre engañándose, fuiste su excepción. Su única hija. Crecer o morir. Nacer o caer. A tu lado, tu madre se desvanece, no hay respuesta para tu capricho. Pero no es antojo, es cuestión de vida o muerte, porque no es posible vivir la vida de otro, menos aceptar vivirla en otro sexo.

Al recoger la voz de la madre, Silvia Ferreri, no solo escribe una novela de género, la historia de Eva, sino también se hace cargo de las preguntas propias de la humanidad, del otro como misterio, seducción, eros, infierno, dolor. Ese otro del que habla Byung-Chul Han cuando alerta sobre nuestra sociedad que ha comenzado a expulsar lo distinto, somos esos grupos de iguales, ese patrón que intenta repetirse al infinito y olvidamos que solo en el roce, en el contacto que hace crisis y nos sacude, encontraremos a ese “otro” que es, también, nuestra posibilidad de ser, porque nos constituimos en la medida en que nos interpelan, nos cuestionan. En la diferencia. Nos formamos a partir de preguntas incómodas.

Podríamos alargar las cosas y decir que Eva no solo es un chico en el cuerpo de una niña, también, es esa matriz, ese ser humano que nace como misterio. “El conocimiento de otra persona es insoportable”, escribió Anne Carson, porque conocer al otro es asomarse a un precipicio del que no volveremos iguales, conocer al otro es un viaje con un comienzo incierto y retorno inesperado. Así es que, sí, hablamos de una novela de género, pero también hablamos de una novela que apela a lo universal. Somos esos seres que llevan inscrito un discurso, una forma, la memoria de su raza, su clan, de sí mismos, somos ese misterio, el conjunto de combinaciones complejas y herencias cruzadas imposibles de encasillar en unidades fijas, donde lo femenino y lo masculino se entrecruzan en un sin fin de posibilidades y el desafío es asumir un universo desigual.

Publicado en Fundación La fuente.