Galo Ghigliotto, editor de Cuneta y co-traductor con Caroline Stamm de El hombre semen, habla sobre el texto de Violette Ailhaud.

Se trata de un gran hallazgo, del que los lectores y lectoras chilenas hubiesen estado muy lejos, si no fuera por el esfuerzo de traducirlo y publicarlo en nuestro país. Para mí, El hombre semen es un texto importante, porque cumple con varios roles de forma simultánea.

Este libro es a la vez una distopía, un documento antropológico, un testimonio, una novela de amores perdidos. En primer lugar, es un documento indispensable que complementa un relato histórico. Siempre leemos en los libros de historia sobre tal o cual guerra, sin preguntarnos por los efectos colaterales que tienen los conflictos. En parte hoy, esa mudez, has cambiado, gracias a la inmediatez de la televisión, que nos permite ver en directo una la represión de una revuelta en Belén, o recibir al día siguiente las imágenes de un desastre en Tailandia. Sin embargo, esas imágenes ocultan el dolor interno de los pueblos al enfrentarse a determinadas desgracias. Justamente esa es la función que cumplen textos como este: permitirnos ver lo que ocurre adentro, en la intimidad del dolor.

Gracias a un texto como El hombre semen podemos saber que la represión de Napoleón III no sólo trajo detenidos y exiliados, también un momento que amenazó con poner fin a pueblos completos. Pueblos, o un pueblo en particular para el caso de esta novela, en el que sus mujeres decidieron tomar el azadón, la hoz, el hacha, seguir trabajando para proveerse de eso que les había sido vedado. He ahí la distopía: se trata de un mundo indeseable, sin hombres, un pueblo de mujeres solas que deben dejar de lado la risa para no ser aplastadas por la realidad. Son, en todo caso, mujeres fuertes, cada una de ellas, heroínas que ante la desgracia sacan fuerzas y toman decisiones trascendentales, como “utilizar” de semental al primer hombre que aparezca, sin enamorarse, sin pensar en crear vínculos de exclusividad con él.

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Varios pueblos de la Amazonía han llamado la atención de los antropólogos por la forma de su organización social, como los Yanomami, cuyas mujeres eligen al hombre de la tribu con que quieren tener hijos; pero no habíamos visto en Europa algo semejante hasta ahora, a la inversa, porque en este caso no hay más elección que la del “primero que llegue”. El hombre semen nos permite conocer la decisión de este pueblo del sur de Francia, donde las mujeres decidieron hacer lo necesario para continuar la vida. Todo está ahí, en el testimonio de Violette Aihlaud. Un testimonio, además, adelantado en mucho a los de Primo Levi, los cuales nos permitieron conocer las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial y de paso inauguró un género llamado novela testimonio.

En Chile, estamos muy emparentados con este género. De a poco, con el paso de los años, se han ido conociendo diferentes casos de abuso de los derechos humanos ocurridos en Chile, en el contexto de la dictadura militar chilena. Es innumerable la cantidad de testimonios que hay, tanto en poesía como en narrativa, del horror que nuestros compatriotas pasaron en campos de concentración, en el exilio, o por la muerte de seres queridos. Aquí El hombre semen se emparenta con Víctor, un canto inconcluso de Joan Jara, donde la esposa de Víctor Jara nos permite conocer una parte de lo que fue su vida con Víctor y sin él, sobre todo. Hay otros textos más, Chile, un largo septiembre, de Patricio Rivas, Tejas Verdes de Hernán Valdés, Frazadas en el estadio nacional, poemario de Jorge Montealegre, la taquillera Isla Dawson de Sergio Bitar, por mencionar sólo algunos.

No podemos vivir el dolor hasta que lo experimentamos en primera persona. Podemos empatizar, sí, sensibilizarnos ante el dolor de los demás, parafraseando a Susan Sontag. Libros como El hombre semen nos sitúan en ese lugar incómodo, el lugar de la desolación, y más: con una prosa poética, un saludo a lo bello.

Se nota que la escritora de este libro es una gran lectora. Lo dice ella, en frases como “desde pequeña amé los libros”, o “un hombre que lee libros no puede ser otra cosa que un hombre bueno”. No sabemos si Violette Aihlaud publicó o escribió otra cosa, pero publicó este: un libro conmovedor, sincero, que nos lleva a un tiempo lejano que, para nuestra desgracia, para nuestra condición humana, en cualquier momento puede hacerse real otra vez.

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